Si el gobierno abierto era el ibuprofeno que hemos ido tomando contra la inflamación populista en la última década, de un tiempo a esta parte, la patología ha evolucionado tan negativamente que hace falta un tratamiento de choque. Quizá necesitemos un nuevo relato a la ofensiva que resignifique el valor de lo público y la democracia, que vuelva a emocionar sin renunciar a las evidencias y los datos. Una democracia efectiva lo podríamos llamar, una bisectriz perfecta entre el demos y el cratos, un nuevo contrato social que construya identidad y nos ofrezca expectativas de un futuro mejor.